La travesía de Felipe Besné desde el Fin del Mundo hasta México
¿Qué motivos y obstáculos tiene un hombre para renunciar a una vida de retiro cómoda y apacible junto a su familia en Lagos de Moreno, Jalisco, y a sus casi 60 años pedalear durante 581 días a través de 18 países con 56 kilos de carga arriesgando la vida 24 horas a la intemperie?
l. EL QUE NO SE MUEVE SE MUERE
Felizmente casado, con dos hijos y dos nietos, el administrador de empresas con una trayectoria de 40 años en una transnacional, encontró en el retiro la oportunidad de realizar un sueño que tuvo desde niño: recorrer en bicicleta América Latina. Su experiencia en informática, logística y finanzas le permitieron planear y realizar una travesía épica, bellamente documentada en su blog (www.biciensudamerica.blogspot.com). En una plática de café, Besné relata algunos pormenores de su viaje en rila:
¿De dónde salió la idea de hacer esta travesía?
Tenía 58 años cuando me jubilé. Te enfrentas al primer riesgo que conlleva la libertad en estas circunstancias: el de morir por inactividad. He visto a muchos colegas morir al año de la jubilación. Estar productivo te mantiene vivo. El cambio me llevó a concluir que si no me movía me moriría. Me sentí libre para realizar mi sueño de la infancia. Si tomas una decisión, la que sea, debe ser algo que te apasione. Eso fue lo que me llevó a redescubrir en vivo todo lo que aprendí en los libros escolares, en la televisión, en las revistas National Geographic. Llegar en bicicleta y percibirlo, sentirlo física y espiritualmente.Lo más difícil no fue dar el primer pedalazo, sino mantenerme a pesar de las adversidades. Estar en la bicicleta hasta 10 horas diarias es desgastante y arriesgado. Pero la pasión lo vence todo. Y si mueres, qué bueno morir haciendo lo que te apasiona. La bici estuvo en mi vida desde que nací, mi padre (de origen franco-español) era un apasionado del ciclismo y hacía largas distancias en México. Yo pedaleaba sus bicis de niño, así me convertí en ciclista, soñaba con ir más lejos y conocer las comunidades que existen a lo largo de América Latina con las que compartimos el lenguaje y las costumbres prehispánicas.
¿Cómo te preparaste para la travesía?
Me preparé un año física, emocional e intelectualmente. Siempre he sido deportista, alpinista, corredor y maratonista, lo que me sirvió mucho. Entrené de 8 a 10 horas diarias en toda la República para cambiar de climas y alturas. Desiertos, montañas, selvas, cumbres, bosques y playas. Me revisaba un médico para saber si en realidad estaba en condiciones de lograrlo.
¿Qué te dijo tu familia, cómo los convenciste para que te dejaran ir?
Que estaba loco. Al principio se opusieron, además concebí la travesía solo. Fui persistente y gradual, reuní argumentos, consultaba con ciclistas, investigaba en Internet, de tal manera que al final logré convencerlos y me apoyaron en la logística y la motivación. Me dieron todo el apoyo a pesar de que tuve que arreglar cosas como el testamento, cartas poder por si no regresaba, esas cosas… se quedaron con temor, les preocupaba que anduviera solo por lugares inhóspitos, por suerte pude anunciar el recorrido y comunicarme con ellos casi diario.
¿Por qué solo, no pensaste en ir acompañado?
De hecho lancé una convocatoria y tuve respuesta de muchos jóvenes sin dinero que abandonarían los estudios para irse de aventura extrema. Buscaba algún compañero que fuera económicamente solvente. O personas mayores que deseaban salir y hacer algo, pero era gente que no se dedicaba a la bicicleta, ni era deportista ni tenía la pasión. Querían ir de vacaciones sin saber de qué se trataba. La travesía era un sueño, sin embargo, realizarla requería un trabajo duro y planificado, con horarios muy estrictos para levantarse, comer, descansar, lavar, y una serie de reglas para respetar las leyes de la naturaleza y las costumbres de cada lugar. Siempre fue un proyecto personal, solitario y autosuficiente que asumí como un trabajo. Tres o cuatro veces por día tenía que hacer talacha: reparaciones de chicotes, zapatas, servicio y sobre todo las llantas ponchadas. Era desmontar todo el equipo, voltear la bici, quitar la llanta, parchar e instalar de nuevo.
¿Buscaste patrocinios o tú absorbiste todo? ¿Cuánto invertiste en el viaje?
Los busqué, fabricantes de bicicletas, marcas deportivas y organismos oficiales. Me decían que era increíble, estaban muy entusiasmados, pero no sucedía nada. Fue un año muy desgastante, entonces lo asumí como mi bronca, responsabilidad y riesgo. Invertí de 10 a 15 dólares diarios, principalmente en alimentación. Por 581 días son 8,715 dólares. Conocer los lugares más interesantes de 18 países cuesta, entrar a cada lugar es caro porque muchos son turísticos. Pero yo no iba de turista (una modalidad es el cicloturismo). A veces me encontré con el apoyo y el patrocinio espontáneo de personas y autoridades en el camino, así como los contactos que había establecido previamente que me esperaban a lo largo de la ruta.
ll. SÓLO ES POSIBLE AVANZAR CUANDO SE MIRA LEJOS
Con todo listo, Felipe se trasladó a Ushuaia, Tierra de Fuego en Argentina, región de la Antártida conocida como El Fin del Mundo, donde el 8 de febrero de 2008 empezó a pedalear.
Imposible resumir una travesía en una entrevista, ¿cuál es la historia dentro del viaje que te marcó con fuego?
Me sucede lo mismo cuando me preguntan dónde me quedaría. Si vas a lo desconocido todos los días te van a ocurrir situaciones y emociones, algo muy bueno o malo, es parte de emprender cualquier cosa, te puedo decir que fue un 80 % agradable. Me sucedió de todo, asaltos, accidentes, detenciones, enfermedades, eran parte del evento. Pero fueron más las situaciones y lugares bellos, satisfacciones, muestras de apoyo y simpatía.
Mencionas adversidades peligrosas, ¿arriesgabas la vida cada día?
Sí. En ese tipo de eventos no hay que ponerse nervioso ni resistirse. En Colombia, por ejemplo, están las FARC y los capos de la cocaína. Evitaba esas regiones, hacía más kilometraje para rodear estas zonas de riesgo. En Guayaquil había dos mexicanos desaparecidos por la zona de Esmeraldas para pasar a Ecuador, así que di una vuelta tremenda para no pasar por ahí. En El Salvador investigué con auxilio de las autoridades cuáles eran las zonas de problema con la Mara, me pusieron una escolta con patrulla y motociclistas. Más días, kilometraje y costo para no arriesgarme.Lo peor fue un accidente en Argentina y lo irónico es que no ocurrió en la bicicleta. Fue en Jujuy, explorando una reserva natural, un guía me llevó a través de la selva hasta una comunidad y luego a unas termas donde nace el agua. Teníamos que bajar e instaló una cuerda para hacer rapel. Probé la cuerda y todo estaba en orden, pero al segundo paso que di se zafó y caí de espaldas unos 5 metros. Sólo alcancé a meter las manos. No podía moverme y me desmayé del dolor, tardaron más de 6 horas en rescatarme con un caballo.
En la comunidad no había primeros auxilios, me llevaron en coche hasta el hospital de Ledezma. El dolor era insoportable, mis manos estaban negras y no las sentía. Desperté enyesado desde de las axilas hasta los dedos de las manos. Tenía rotas las muñecas y tuvieron que meterme clavos en las dos manos. Ese día me deprimí tanto que lloré porque se truncaba el viaje. En bata y sin calzones me escapé para llamarle a mi esposa desde una caseta pública. Quisieron ir por mí, pero les dije que no. Al tercer día me llevaron a Jujuy con la familia Torrejón, donde estaba la bici, y me atendieron en el hospital Pablo Soria. El personal simpatizó con la travesía y durante mes y medio me rehabilitaron sin cobrar un centavo. Al final hasta me organizaron una despedida.
¿En algún punto pensaste renunciar o sentiste ansiedad por llegar más rápido?
Hubo momentos muy desesperantes, soledad, duda, intemperie, sol, frío, lluvia, enfermedad y subidas que van al cielo… me salían lágrimas de cansancio, dolor y hambre, pero ante cualquier cosa la renuncia equivalía a despertar, interrumpir mi sueño que se estaba realizando. No podía hacer eso. La idea de llegar la tuve a partir de Panamá. En Centro América me sentía más cerca, el clima es cálido y el terreno más amable. Ahí ya pensaba en México, aunque me faltara mucho. Cuando atravesé de Belice a Quinta Roo me bajé de la bici y casi beso el suelo mexicano. Lo primero que hice fue comerme unos tacos de carnitas.
¿Tienes alguna creencia religiosa?, ¿alguna experiencia mística durante el viaje?
Soy católico, pero no creo en los milagros. Un día antes de la caída sucedió algo que me hizo reflexionar. En Calilegua, cerca de Jujuy, llegué a un Santuario de la Virgen de Guadalupe. Me pareció admirable que en medio de una selva perdida se encuentre un santuario para gente que va, no sé de dónde demonios, a sentarse ante la Guadalupana. ¿Cómo llegó ahí?, quién sabe. Me quité la gorra y me quedé un rato. La Virgen de Guadalupe es un icono como el Che Guevara. En la parrilla de la bicicleta pegué una que me acompañó desde el inicio hasta el final sin deteriorarse. Pasé toda la noche en el santuario porque me impresionó. Al día siguiente sufrí la caída y digo que de milagro no morí ni quedé paralítico…
Ya que lo mencionaste, ¿en qué lugar te quedarías a vivir?
Estuve en tantos lugares que no podría elegir uno. Puedo disfrutar un desierto o una selva y es difícil ver lugares tan bellos donde no te puedes quedar y tienes que seguir. Eso lo pensé en Bariloche, Argentina, por sus montañas y sus lagunas de color turquesa, la comida y la gente. Aunque debo mencionar a Jujuy como el más hospitalario y amable, de ahí es la familia Torrejón que me aguantó mes y medio en su casa. Más que amigos al final éramos familia, los niños me decían abuelo.
¿Encontraste más ciclistas como tú, alguien se te unió?
Por todos lados. Los encontraba en el camino, cicloturistas alforjeros que recorrían largas distancias y ciclistas de ruta que salían a dar su vuelta y a entrenar. Conocí a japoneses, suizos, ingleses, rusos, brasileños. Vienen de vacaciones un mes, recorren un país y se regresan. Todos pasamos por la legendaria Casa del Ciclista en Trujillo, Perú, propiedad de Lucho, donde se ha formado la comunidad ciclista más impresionante que haya visto. Ahí llegan los que han pedalean por el mundo.
lll. Estoy despierto, soñé que viajaba
Las historias del viaje que cuenta Felipe dan material suficiente para escribir una novela kilométrica, entonces surge la pregunta:
¿Se transformó Felipe Besné, se fue uno y regresó otro?
Sí. Hubo una transformación espiritual y el compromiso de respetar todas las formas de vida y cuidar de la naturaleza. Estoy despierto, soñé que viajaba. Desperté más rico como persona, orgulloso, contento, disfruto más a mi familia y a mi país. Por el momento estoy compartiendo mi experiencia, dando pláticas y conferencias en congresos, universidades y reclusorios. Es regresar un poco de todo lo que se me ha dado. También tengo otra inquietud, la travesía Alaska - México. Lo veo como algo extra, quiero intentarlo.
En otros países los medios y las autoridades te prestaron atención, ¿cómo fue tu recibimiento en México?
Fue agradable. Cuando llegué a Chalco me llegó un correo de mi esposa informándome que esperara a Marcelo Ebrard, quien quiso pedalear conmigo de La Cibeles al Zócalo. Mi esposa se puso en contacto con él y le comentó mi arribo, se interesó mucho y se comunicó con Martha Delgado, quien a su vez hizo la conexión. Todo el tiempo llovió. Llegué al Zócalo y encontré a mi familia, mis amigos, mi nieta que no conocía. Un evento fuerte y conmovedor, como todo gran final.www.biciensudamerica.blogspot.com
1 comment:
cero comments come on!
yo lo conci en persona y una sencillez ENROME
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