Monday, December 27, 2010

25 mil kilómetros en bicicleta

La travesía de Felipe Besné desde el Fin del Mundo hasta México


¿Qué motivos y obstáculos tiene un hombre para renunciar a una vida de retiro cómoda y apacible junto a su familia en Lagos de Moreno, Jalisco, y a sus casi 60 años pedalear durante 581 días a través de 18 países con 56 kilos de carga arriesgando la vida 24 horas a la intemperie?

l. EL QUE NO SE MUEVE SE MUERE
Felizmente casado, con dos hijos y dos nietos, el administrador de empresas con una trayectoria de 40 años en una transnacional, encontró en el retiro la oportunidad de realizar un sueño que tuvo desde niño: recorrer en bicicleta América Latina. Su experiencia en informática, logística y finanzas le permitieron planear y realizar una travesía épica, bellamente documentada en su blog (www.biciensudamerica.blogspot.com). En una plática de café, Besné relata algunos pormenores de su viaje en rila:
¿De dónde salió la idea de hacer esta travesía?
Tenía 58 años cuando me jubilé. Te enfrentas al primer riesgo que conlleva la libertad en estas circunstancias: el de morir por inactividad. He visto a muchos colegas morir al año de la jubilación. Estar productivo te mantiene vivo. El cambio me llevó a concluir que si no me movía me moriría. Me sentí libre para realizar mi sueño de la infancia. Si tomas una decisión, la que sea, debe ser algo que te apasione. Eso fue lo que me llevó a redescubrir en vivo todo lo que aprendí en los libros escolares, en la televisión, en las revistas National Geographic. Llegar en bicicleta y percibirlo, sentirlo física y espiritualmente.Lo más difícil no fue dar el primer pedalazo, sino mantenerme a pesar de las adversidades. Estar en la bicicleta hasta 10 horas diarias es desgastante y arriesgado. Pero la pasión lo vence todo. Y si mueres, qué bueno morir haciendo lo que te apasiona. La bici estuvo en mi vida desde que nací, mi padre (de origen franco-español) era un apasionado del ciclismo y hacía largas distancias en México. Yo pedaleaba sus bicis de niño, así me convertí en ciclista, soñaba con ir más lejos y conocer las comunidades que existen a lo largo de América Latina con las que compartimos el lenguaje y las costumbres prehispánicas.

¿Cómo te preparaste para la travesía?
Me preparé un año física, emocional e intelectualmente. Siempre he sido deportista, alpinista, corredor y maratonista, lo que me sirvió mucho. Entrené de 8 a 10 horas diarias en toda la República para cambiar de climas y alturas. Desiertos, montañas, selvas, cumbres, bosques y playas. Me revisaba un médico para saber si en realidad estaba en condiciones de lograrlo.
¿Qué te dijo tu familia, cómo los convenciste para que te dejaran ir?
Que estaba loco. Al principio se opusieron, además concebí la travesía solo. Fui persistente y gradual, reuní argumentos, consultaba con ciclistas, investigaba en Internet, de tal manera que al final logré convencerlos y me apoyaron en la logística y la motivación. Me dieron todo el apoyo a pesar de que tuve que arreglar cosas como el testamento, cartas poder por si no regresaba, esas cosas… se quedaron con temor, les preocupaba que anduviera solo por lugares inhóspitos, por suerte pude anunciar el recorrido y comunicarme con ellos casi diario.
¿Por qué solo, no pensaste en ir acompañado?
De hecho lancé una convocatoria y tuve respuesta de muchos jóvenes sin dinero que abandonarían los estudios para irse de aventura extrema. Buscaba algún compañero que fuera económicamente solvente. O personas mayores que deseaban salir y hacer algo, pero era gente que no se dedicaba a la bicicleta, ni era deportista ni tenía la pasión. Querían ir de vacaciones sin saber de qué se trataba. La travesía era un sueño, sin embargo, realizarla requería un trabajo duro y planificado, con horarios muy estrictos para levantarse, comer, descansar, lavar, y una serie de reglas para respetar las leyes de la naturaleza y las costumbres de cada lugar. Siempre fue un proyecto personal, solitario y autosuficiente que asumí como un trabajo. Tres o cuatro veces por día tenía que hacer talacha: reparaciones de chicotes, zapatas, servicio y sobre todo las llantas ponchadas. Era desmontar todo el equipo, voltear la bici, quitar la llanta, parchar e instalar de nuevo.
¿Buscaste patrocinios o tú absorbiste todo? ¿Cuánto invertiste en el viaje?
Los busqué, fabricantes de bicicletas, marcas deportivas y organismos oficiales. Me decían que era increíble, estaban muy entusiasmados, pero no sucedía nada. Fue un año muy desgastante, entonces lo asumí como mi bronca, responsabilidad y riesgo. Invertí de 10 a 15 dólares diarios, principalmente en alimentación. Por 581 días son 8,715 dólares. Conocer los lugares más interesantes de 18 países cuesta, entrar a cada lugar es caro porque muchos son turísticos. Pero yo no iba de turista (una modalidad es el cicloturismo). A veces me encontré con el apoyo y el patrocinio espontáneo de personas y autoridades en el camino, así como los contactos que había establecido previamente que me esperaban a lo largo de la ruta.
ll. SÓLO ES POSIBLE AVANZAR CUANDO SE MIRA LEJOS
Con todo listo, Felipe se trasladó a Ushuaia, Tierra de Fuego en Argentina, región de la Antártida conocida como El Fin del Mundo, donde el 8 de febrero de 2008 empezó a pedalear.

Imposible resumir una travesía en una entrevista, ¿cuál es la historia dentro del viaje que te marcó con fuego?
Me sucede lo mismo cuando me preguntan dónde me quedaría. Si vas a lo desconocido todos los días te van a ocurrir situaciones y emociones, algo muy bueno o malo, es parte de emprender cualquier cosa, te puedo decir que fue un 80 % agradable. Me sucedió de todo, asaltos, accidentes, detenciones, enfermedades, eran parte del evento. Pero fueron más las situaciones y lugares bellos, satisfacciones, muestras de apoyo y simpatía.
Mencionas adversidades peligrosas, ¿arriesgabas la vida cada día?
Sí. En ese tipo de eventos no hay que ponerse nervioso ni resistirse. En Colombia, por ejemplo, están las FARC y los capos de la cocaína. Evitaba esas regiones, hacía más kilometraje para rodear estas zonas de riesgo. En Guayaquil había dos mexicanos desaparecidos por la zona de Esmeraldas para pasar a Ecuador, así que di una vuelta tremenda para no pasar por ahí. En El Salvador investigué con auxilio de las autoridades cuáles eran las zonas de problema con la Mara, me pusieron una escolta con patrulla y motociclistas. Más días, kilometraje y costo para no arriesgarme.Lo peor fue un accidente en Argentina y lo irónico es que no ocurrió en la bicicleta. Fue en Jujuy, explorando una reserva natural, un guía me llevó a través de la selva hasta una comunidad y luego a unas termas donde nace el agua. Teníamos que bajar e instaló una cuerda para hacer rapel. Probé la cuerda y todo estaba en orden, pero al segundo paso que di se zafó y caí de espaldas unos 5 metros. Sólo alcancé a meter las manos. No podía moverme y me desmayé del dolor, tardaron más de 6 horas en rescatarme con un caballo.

En la comunidad no había primeros auxilios, me llevaron en coche hasta el hospital de Ledezma. El dolor era insoportable, mis manos estaban negras y no las sentía. Desperté enyesado desde de las axilas hasta los dedos de las manos. Tenía rotas las muñecas y tuvieron que meterme clavos en las dos manos. Ese día me deprimí tanto que lloré porque se truncaba el viaje. En bata y sin calzones me escapé para llamarle a mi esposa desde una caseta pública. Quisieron ir por mí, pero les dije que no. Al tercer día me llevaron a Jujuy con la familia Torrejón, donde estaba la bici, y me atendieron en el hospital Pablo Soria. El personal simpatizó con la travesía y durante mes y medio me rehabilitaron sin cobrar un centavo. Al final hasta me organizaron una despedida.
¿En algún punto pensaste renunciar o sentiste ansiedad por llegar más rápido?
Hubo momentos muy desesperantes, soledad, duda, intemperie, sol, frío, lluvia, enfermedad y subidas que van al cielo… me salían lágrimas de cansancio, dolor y hambre, pero ante cualquier cosa la renuncia equivalía a despertar, interrumpir mi sueño que se estaba realizando. No podía hacer eso. La idea de llegar la tuve a partir de Panamá. En Centro América me sentía más cerca, el clima es cálido y el terreno más amable. Ahí ya pensaba en México, aunque me faltara mucho. Cuando atravesé de Belice a Quinta Roo me bajé de la bici y casi beso el suelo mexicano. Lo primero que hice fue comerme unos tacos de carnitas.
¿Tienes alguna creencia religiosa?, ¿alguna experiencia mística durante el viaje?
Soy católico, pero no creo en los milagros. Un día antes de la caída sucedió algo que me hizo reflexionar. En Calilegua, cerca de Jujuy, llegué a un Santuario de la Virgen de Guadalupe. Me pareció admirable que en medio de una selva perdida se encuentre un santuario para gente que va, no sé de dónde demonios, a sentarse ante la Guadalupana. ¿Cómo llegó ahí?, quién sabe. Me quité la gorra y me quedé un rato. La Virgen de Guadalupe es un icono como el Che Guevara. En la parrilla de la bicicleta pegué una que me acompañó desde el inicio hasta el final sin deteriorarse. Pasé toda la noche en el santuario porque me impresionó. Al día siguiente sufrí la caída y digo que de milagro no morí ni quedé paralítico…
Ya que lo mencionaste, ¿en qué lugar te quedarías a vivir?
Estuve en tantos lugares que no podría elegir uno. Puedo disfrutar un desierto o una selva y es difícil ver lugares tan bellos donde no te puedes quedar y tienes que seguir. Eso lo pensé en Bariloche, Argentina, por sus montañas y sus lagunas de color turquesa, la comida y la gente. Aunque debo mencionar a Jujuy como el más hospitalario y amable, de ahí es la familia Torrejón que me aguantó mes y medio en su casa. Más que amigos al final éramos familia, los niños me decían abuelo.
¿Encontraste más ciclistas como tú, alguien se te unió?
Por todos lados. Los encontraba en el camino, cicloturistas alforjeros que recorrían largas distancias y ciclistas de ruta que salían a dar su vuelta y a entrenar. Conocí a japoneses, suizos, ingleses, rusos, brasileños. Vienen de vacaciones un mes, recorren un país y se regresan. Todos pasamos por la legendaria Casa del Ciclista en Trujillo, Perú, propiedad de Lucho, donde se ha formado la comunidad ciclista más impresionante que haya visto. Ahí llegan los que han pedalean por el mundo.


lll. Estoy despierto, soñé que viajaba
Las historias del viaje que cuenta Felipe dan material suficiente para escribir una novela kilométrica, entonces surge la pregunta:

¿Se transformó Felipe Besné, se fue uno y regresó otro?
Sí. Hubo una transformación espiritual y el compromiso de respetar todas las formas de vida y cuidar de la naturaleza. Estoy despierto, soñé que viajaba. Desperté más rico como persona, orgulloso, contento, disfruto más a mi familia y a mi país. Por el momento estoy compartiendo mi experiencia, dando pláticas y conferencias en congresos, universidades y reclusorios. Es regresar un poco de todo lo que se me ha dado. También tengo otra inquietud, la travesía Alaska - México. Lo veo como algo extra, quiero intentarlo.
En otros países los medios y las autoridades te prestaron atención, ¿cómo fue tu recibimiento en México?
Fue agradable. Cuando llegué a Chalco me llegó un correo de mi esposa informándome que esperara a Marcelo Ebrard, quien quiso pedalear conmigo de La Cibeles al Zócalo. Mi esposa se puso en contacto con él y le comentó mi arribo, se interesó mucho y se comunicó con Martha Delgado, quien a su vez hizo la conexión. Todo el tiempo llovió. Llegué al Zócalo y encontré a mi familia, mis amigos, mi nieta que no conocía. Un evento fuerte y conmovedor, como todo gran final.www.biciensudamerica.blogspot.com

* Publicado en la revista Milenio Semanal 687.

Friday, December 17, 2010

Wednesday, December 8, 2010

Watching the wheels

La Raleigh de John Lennon
Ilustración: Maru Sandoval.
Cuando la tuve debí haber sido
el niño más feliz de Liverpool,
quizá del mundo.
Lennon



La música es movimiento. Y el movimiento es la condición esencial para mantener el equilibrio del Universo. En ese nivel, la bicicleta se parece a un instrumento musical, hay que ajustarla como se afina un piano o una guitarra antes de salir a tocar. Quizá por eso, el Sueño Número Uno de Lennon en la infancia era tener una bicicleta. Desde niño le gustó rodar en las calles de Liverpool, dar el rol por Mendips y más allá, pedalear con ritmo, melodía y armonía.
Siendo un medio de transporte tan común en su tiempo y en su país, es muy posible que pedalear haya influido en su estilo artístico, en la forma de concebir e interpretar la música. Si el country de Johnny Cash imitaba la marcha del tren y el surf de Dick Dale los remolinos de las olas, podemos imaginar que Lennon componía y tocaba con la cadencia de un paseo en bicicleta al estilo inglés.
En alguna ocasión dijo que vivía para su bicicleta, antes de contar que todos los niños dejaban sus bicis en el patio; pero él no, al contrario, insistía en meterla a la casa y durante las primeras noches la mantuvo junto a su cama mientras dormía. De nada sirvió que la tía Mimi tratara de impedirlo, igual intentó persuadirlo para que olvidara el asunto de la música: “Eso de la guitarra está bien, John, pero nunca te ganarás la vida con ella…”
Con ese antecedente bicicletero no extraña que Lennon haya sido una de las máximas figuras del rock y que los Beatles pasaran a la historia como el grupo más importante. Por sus biógrafos como Robert Rosen y las miles de imágenes que hemos visto del rockstar más famoso del mundo, sabemos que pedaleó muchas bicicletas a lo largo de su vida antes y después de la película Help! Existe registro de los paseos que daba con su hijo Sean, una curiosa fotografía de Bettmann donde aparecen John y Yoko en batas y él montado en una bicicleta blanca con flores, o las imágenes tomadas por Ben Ross de la pareja besándose en algún lugar de Nueva York, montados en sus respectivos velocípedos.
Por el tipo de pedales y los aditamentos que usaba, se nota que Lennon era un ciclista habitual. Pero no deseamos desconcertar a ningún lector con la inquietante figura de Yoko Ono (quien guarda una relación aparte con las bicis por el arte conceptual de Marcel Duchamp y su escultura Rueda de bicicleta), por ello desviaremos nuestra atención hacia otra foto más interesante de Lennon, una sepia de principios de los cincuenta en la que posa orgullosamente con su primer bicicleta junto a su primo Stanley Parkes. El Sueño Número Uno hecho realidad era una Raleigh rodada 28, una clásica all steel bicycle, la bici más popular en Europa durante varias décadas del siglo XX.
El fundador de Raleigh, Sir Francis Bowden, era un hombre enfermo y desahuciado. Solía emprender largos viajes, pero en 1887 contrajo una extraña enfermedad que nadie lograba diagnosticar ni curar, su salud se deterioró tanto que ese año los médicos no le dieron más de seis meses de vida. Uno de los galenos le sugirió, como último recurso, que hiciera ejercicio. Sin mucha esperanza, Sir Frank montó una bicicleta inglesa que pedaleó por las calles de Nottingham, se fue a rodar y en un acto insólito logró escapar de la Muerte, se alejó de ella veloz, dejándola fría en la lejanía.
Al año siguiente, saludable y feliz, el escapista de las dos ruedas compró un pequeño taller en Raleigh Street y estableció su fábrica, donde se armaban dos bicicletas por semana. Desde entonces, la Raleigh Cycling Company es parte de la tradición del diseño y la ingeniería mecánica de Inglaterra, la cuna de la Revolución Industrial, con sus máquinas, las fábricas y sus obreros. En 1896, la nueva planta empezó a funcionar con bandas de producción en serie movidas por seis inmensos motores, la armadora de bicicletas más grande conocida en aquella época, donde una década más tarde se producirían 30 mil velocípedos al año. Por si esto fuera poco, la marca se vio consagrada por el fenómeno Zimmerman, el ciclista de Nueva Jersey que ganó 2,300 competencias montado en bicis Raleigh (el Lance Armstrong de ese tiempo), al retirarse también comenzó a fabricar sus bicicletas Zimmy.
Seis décadas después, el rock y las bicicletas británicos invadieron a los Estados Unidos, los Beatles y Raleigh iban por delante y causaron furor. A partir de 1951, la compañía producía cada pieza de la bici, 120 partes en total, y fabricaba más de un millón de unidades al año. Unos años más tarde comenzó la invasión. En la historia de la bicicleta, al igual que en la del rock, se conoce como british invasion al periodo en que Raleigh acaparó el mercado gringo después de la Segunda Guerra Mundial y hasta finales de los años sesenta, cuando se convirtió en el mayor productor de bicis en el mundo.
Para los adolescentes de Europa y Norteamérica, la marca era sinónimo del primer contacto con la libertad y la velocidad, tal y como sucedía con la música de los de Liverpool. Al iniciar los setenta, Raleigh creó otro clásico tipo canción del cuarteto, la Chopper, esa bici con una pequeña rueda delantera y una grande atrás (nuestra versión de ese modelo es la célebre Vagabundo), que salvó a la compañía de un gran hoyo financiero y le permitió incursionar en el terreno de las BMX y las bicicletas de montaña.
En 1980, el holandés Joop Zoetemelk ganó el Tour de France en una Raleigh TI Creda. Ese mismo año, el ocho de diciembre, John Lennon murió baleado por Mark David Chapman en una fría noche que cubrió al mundo. La “biblia” de Chapman era El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, novela en la que Holden Caulfield suele hablar con su hermano muerto, Allie, y cada vez que lo ve en sus recuerdos se le aparece en bicicleta.
En el 2002, 114 años después de fundada, la fábrica de Raleigh también cerró sus puertas para ser demolida. Era un símbolo de Nottingham, allí trabajaron varias generaciones, familias enteras que dejaron de laborar y hoy sólo miran con tristeza la nueva construcción de la universidad. La producción de bicicletas Raleigh y sus otras marcas (en el camino adquirió a Rudge, BSA, Triumph y Diamondback) se fue a Korea y a Vietnam, 25% más barato que armarlas en Inglaterra, supuestamente con la misma calidad. En Nottingham permanecen las oficinas administrativas, el centro de diseño y distribución que ahora ocupan un nuevo domicilio en Triumph Road. Pero el auténtico “Working class hero” se quedó sin su fuente de trabajo, el espíritu de la ciudad desaparece con ella. Cada año desde su muerte, entre el nueve de octubre y el nueve de diciembre se recuerda a John Lennon –9, el número más presente en su vida-, principalmente por su legado musical, universal como la bici. Le gustaba pedalear, era otra forma de liberarse y hacer rocanrol.
El bicle y su bicla. Como dicen sus seguidores, subió al cielo montado en sus gafas de bicicleta.